Consigna de escritura: cuento de terror
Tras las tijeras
Recuerdo cada detalle, cada palpitación de mi corazón, cada expresión suya ante nuestras miradas, cada llanto. Me reconforta el hecho de recordar, me da la sensación de que por lo menos tuve cierta lucidez en aquel momento.
Sucedió el 9 de enero de 2021, pleno verano en la ciudad de Buenos Aires con un contexto de pandemia que recién permitía circular a la gente por la calle. Al estar en un espacio escaso de la presencia de personas, el hecho sucedió con más facilidad. Nadie lo vio, nadie me vio, nadie nos vio.
Tenía planificada una merienda con mi mejor amiga, Carmen. Recuerdo que, al llegar al lugar en el que habíamos acordado vernos, el auto de él me llamó la atención. Jamás me hubiese imaginado que dentro de cinco horas exactas sería secuestrada dentro de ese mismo. Antes de que llegase aquel momento, comí unas ricas tostadas con palta y huevo. Con Carmen habíamos charlado de lo típico, chisme.
A las 16.00 entró él, pero dicha connotación no tuvo importancia en ese instante. Para mi era un simple hombre con la cara vendada, solo podía ver sus ojos, y muletas. Me había parecido un hombre particular, a Carmen también. Su altura no era menor de 1.75, pelo marrón con rulos, manos lastimadas, piel muy seca, ojos oscuros y pintura roja en el pantalón. Intentaba imaginar qué le había sucedido para haber terminado en ese estado.
Horas después, Carmen recordó que se juntaba con unos amigos para terminar una entrega del colegio. Nunca tuve problema, hasta ese momento, con la idea de quedarme comiendo sola en una confitería. Disfrutaba de mi propia compañía. Cuando terminé de comer, salí a caminar. El salió en el mismo momento que yo, me pareció extraño.
– ¿No me ayudas a cruzar nena? – me había dicho.
Si bien en su momento ya tenía una sensación extraña, decidí no escucharme a mí misma y ser amable; lo ayudé. Mientras cruzamos aquella calle yo había notado en su persona una cierta actitud de alerta, como si no quisiese ser visto en aquella situación. Ahora entiendo la razón.
Al llegar al final de la calle, recuerdo haber visto el mismo auto que me había llamado la atención hace unas horas atrás. Fue en ese instante en el que perdí la atención de él, tan solo un instante. Me metió en su auto, sus muletas eran falsas. Se encontraba en perfecto estado, o eso creía. El recorrido se me había hecho interminable, recuerdo haber buscando todas las posibilidades de escape posibles pero era muy difícil encontrar herramientas en aquel pequeño baúl. Solo tenía pintura roja.
Cuando caí en la cuenta de que no contenía herramientas de escape, comencé a entrar en pánico. Nunca había transpirado tanto como aquella tarde, no paraba de llorar ni de gritar por ayuda. Buscaba señal con la poca batería que quedaba en el celular pero nada me era útil. En el momento en que llegamos, tuve una sensación extraña de debilitamiento corporal. Estaba atemorizada, no podía moverme. Cuando lo vi, fue peor. Ya para ese momento se había sacado las vendas de la cara, quedé estupefacta.
Su rostro estaba lleno de cortes a tijera, boca deformada, dentadura salida, ojos con grapas alrededor, mucha sangre. Sus brazos y piernas tenían lastimaduras similares, noté cierta obsesión con aquel sufrimiento que se causó a sí mismo. Recuerdo que se encontraba desesperado por encontrar sus tijeras favoritas, ahora entiendo que las buscó con tanta motivación porque intento hacerme lo mismo a mi.
Comentarios
Publicar un comentario